2010-01-29

Drizzt...**

Cuando yo muera... He perdido amigos, he perdido a mi padre, mi mentor, en aquel gran misterio llamado muerte. He conocido la pena desde el día en que dejé mi ciudad natal, desde el día en que la perversa Malicia me informó que Zaknafein había sido dado en sacrificio a la reina araña. La pena es una emoción extraña que cambia de foco. ¿Peno por Zaknafein, por Montolio, por Wulfgar? ¿O peno por mí mismo, por las pérdidas que debo soportar eternamente?Es quizá la pregunta básica de la existencia mortal, y sin embargo no puede tener respuesta...
A menos que la respuesta sea la fe.
Todavía me entristezco al pensar en los duelos de entrenamiento con mi padre, cuando recuerdo las caminatas junto a Montolio a través de las montañas y cuando las memorias de Wulfgar, las más intensas, desfilan por mi cabeza como un resumen de los últimos años de mi vida. Recuerdo el día en la cumbre de Kelvin, que domina la tundra del valle del Viento Helado, cuando el joven Wulfgar y yo divisamos las hogueras de los campamentos de su pueblo nómada. Aquél fue el momento en que Wulfgar y yo nos convertimos en verdaderos amigos, cuando comprendimos que, más allá de lo que pudiera pasar en nuestras vidas, siempre nos tendríamos el uno al otro.
Recuerdo al dragón blanco, Muertehelada, y al gigante Biggrin, y cómo, sin el heroico Wulfgar a mi lado, habría perecido en cualquiera de aquellas batallas. También recuerdo las victorias compartidas con mi amigo, nuestro vínculo de confianza y amor cada vez más fuerte: íntimo, pero nunca agobiante.
No estaba allí cuando cayó, no pude darle el apoyo que sin duda él me habría dado.
No pude decirle «¡Adiós!».
Cuando yo muera, ¿estaré solo? Si las armas de los monstruos o las consecuencias de una enfermedad no acaban conmigo, sin duda viviré mucho más que Catti-brie y Regis e incluso Bruenor. En este momento de mi vida creo firmemente que no importa quién pueda estar a mi lado: si no son estos tres, desde luego moriré solo.
Estos pensamientos no son sombríos. He dicho adiós a Wulfgar un millar de veces. Se lo he dicho cada vez que le manifestaba mi aprecio, cada vez que mis palabras o acciones reafirmaban nuestro amor. El adiós lo dicen los vivos, en vida, cada día. Se manifiesta con el amor y la amistad, con la afirmación de que los recuerdos duran para siempre aunque no ocurra lo mismo con la materia.
Wulfgar ha encontrado otro lugar, otra vida, quiero creer que es verdad porque, si no es así, ¿qué sentido tiene la existencia?
Mi pena más real es por mí mismo, por la pérdida que soportaré hasta el final de mis días, por mucho siglos que pasen. Pero dentro de la pérdida existe la serenidad, una calma divina. Mejor es haber conocido a Wulfgar y haber compartido todos aquellos episodios que ahora alimentan mi pena, que no haber caminado nunca a su lado, no haberlo tenido de camarada de armas, no haber mirado el mundo a través de sus límpidos ojos azules.
Cuando yo muera... ojalá tenga amigos que lloren por mí, que carguen con nuestros dolores y alegrías compartidas, que guarden mi memoria.
Ésta es la inmortalidad del espíritu, el legado permanente, el alimento de la pena.
Pero también es el alimento de la fe.
Drizzt Do'Urden

1 comentario:

  1. loka que se te va la oya mucho pero mucho jajaja pero mola que te kagas sigue asi kampeona y siempre mira hacia delante nunca nunca hacia atras un beso tqmmmm

    ResponderEliminar